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Si hoy la celebración del final de año es un fenómeno global y casi similar en culturas y espacios muy alejados, donde no falta ni el matasuegra, ni la trompetita ni el desbordante y empapado cotillón, en pleno siglo XII, en la Sevilla almohade, la ortodoxia religiosa norteafricana exigía que los sevillanos musulmanes no hicieran suya la fiesta cristiana. Dicha vigilancia de la pureza de la fe y las costumbres alertaba que cada oveja fuera con su pareja, que una cosa era el fin de año cristiano y otra muy diferente que el buen musulmán se uniera a una celebración ajena a su calendario religioso. Pero parece evidente que aquí nadie se quería quedar al margen de la fiesta. Y aquella chocante, para los más rigoristas, fusión cultural que fue Al-Andalus, se apuntaba a cualquier tipo de bombardeo festivo.
Ante los ojos de la rigurosidad almohade, los sevillanos, sobre todo los musulmanes, debieron de parecer poco menos que la reencarnación viviente del maligno. Puesto que aquellos sevillanos, fieles al latido del corazón de sus ancestrales costumbres cocidas en el horno de la fusión andalusí, no se perdían una. Lo dijera el ulema o lo dijera, muchos siglos después, el cardenal Segura: al baile se iba a bailar. Y cuanto más arrimado mejor...
Ante los ojos de la rigurosidad almohade, los sevillanos, sobre todo los musulmanes, debieron de parecer poco menos que la reencarnación viviente del maligno. Puesto que aquellos sevillanos, fieles al latido del corazón de sus ancestrales costumbres cocidas en el horno de la fusión andalusí, no se perdían una. Lo dijera el ulema o lo dijera, muchos siglos después, el cardenal Segura: al baile se iba a bailar. Y cuanto más arrimado mejor...
El caso era vivir y celebrar, al modo de aquí, lo que en las arenas del desierto, en el lejano Bagdad o en el más cercano Marrakech, se celebraba según la norma establecida. Los sevillanos andalusíes, al igual que celebraban el fin de año según las costumbres cristianas, tampoco se perdían la ancestral, pagana y mediterránea Noche de San Juan. Pero aún hay más. Según el profesor Rafael Valencia, en el volumen primero de su Historia de Sevilla publicada por el CMIDE, también se sumaban a la fiesta mozárabe de San Justa y Rufina. Todo lo que fuera asimilable se asimilaba sin muchos prejuicios teológicos. Por eso es conveniente ir entendiendo que cuando hablamos de andalusí no estamos refiriéndonos tan solo y exclusivamente a una colección de palabras de origen árabe, ni a una colección de platos exóticos para presentar en un plató de televisión, ni a los beduinos de la Cabalgata... Hablamos de un hecho tan rabiosamente autóctono que solo es comprensible desde nuestra mentalidad. Siempre y cuando esta mentalidad no considere lo andalusí como algo invasor y extranjerizante.Abu Bakr el de Tortosa, un ulema de recalcitrante ortodoxia del siglo XII, se llevaba las manos a la cabeza denunciando lo mezclado y confuso que estaba el patio andalusí sobre estos temas. Hablaba y se dolía de las innovaciones que registraban las tierras de Al-Andalus. Para el de Tortosa, aquellas innovaciones eran, realmente desviaciones peligrosas de la norma coránica que había que reprimir y reconducir. Abu Bakr representaba la rigurosa religiosidad almohade implantada en Al-Andalus por los imperiales africanos. En su libro de «Las novedades e innovaciones» el citado ulema refiere, explícitamente, cómo los musulmanes celebraban la fiesta del 31 de diciembre según la costumbre cristiana. «Compran almojábanas (una especie de empanadillas) y buñuelos, que son manjares innovados. Y los hombres salen en grupos o separados en compañía de sus mujeres mezclándose en su diversión...»
Pura contradicción. O capricho andalusí. Mientras que el nuevo poder africano levantaba la gran mezquita Al-Azam y su torre más esbelta, en la calle, musulmanes y mozárabes, compartían una fiesta que para el rigor de la ortodoxia imperante daría muchos dolores de cabeza. O al menos chocaría lo suyo. Pero ahí estaba la calle. Con la mezquita a medio hacer y la plaza de El Salvador, la plaza del Pan y los alrededores de Placentines repletos de tenderetes con grandes marmitas de aceite friendo empanadillas y buñuelos. Y los hombres y mujeres saltándose a piola las normas del espacio público que, de forma radical, separaban a varones y féminas. ¿Las mujeres en casa y con la pata quebrada? Bueno, eso podría suceder muchos kilómetros abajo, allá donde el desierto imponía la rígida moral del severo almohade. Pero aquí, en aquella Sevilla que miraba por encima del hombro al guerrero invasor, el bienestar de sus días dulcificaba el rigor y el precepto. Y las mujeres, como denunciaba el ulema de Tortosa, salían desvergonzadamente a la calle con sus marido violando la ley del espacio público, ocupando plazas y calles exclusivas para hombres y compartiendo buñuelos, cantos y algún que otro baile más o menos encendido. Esto no era aquello. Aquí el Mediterráneo y sus culturas habían escanciado siglos de claves propias y abiertas. Todo muy distinto a como se guardaban las costumbres en las tierras de los palmerales y los camellos. Así fue Al-Andalus. Un sorprendente camino cultural e histórico desde el uno de enero al treinta y uno de diciembre. Sin olvidar, como subrayaba con empeño censor Abu Bakr el de Tortosa, el jueves de abril. La posterior luna de Parasceve. La luna del jueves santo que también se celebraba al mismo paso...pero sin carrera oficial.
Pura contradicción. O capricho andalusí. Mientras que el nuevo poder africano levantaba la gran mezquita Al-Azam y su torre más esbelta, en la calle, musulmanes y mozárabes, compartían una fiesta que para el rigor de la ortodoxia imperante daría muchos dolores de cabeza. O al menos chocaría lo suyo. Pero ahí estaba la calle. Con la mezquita a medio hacer y la plaza de El Salvador, la plaza del Pan y los alrededores de Placentines repletos de tenderetes con grandes marmitas de aceite friendo empanadillas y buñuelos. Y los hombres y mujeres saltándose a piola las normas del espacio público que, de forma radical, separaban a varones y féminas. ¿Las mujeres en casa y con la pata quebrada? Bueno, eso podría suceder muchos kilómetros abajo, allá donde el desierto imponía la rígida moral del severo almohade. Pero aquí, en aquella Sevilla que miraba por encima del hombro al guerrero invasor, el bienestar de sus días dulcificaba el rigor y el precepto. Y las mujeres, como denunciaba el ulema de Tortosa, salían desvergonzadamente a la calle con sus marido violando la ley del espacio público, ocupando plazas y calles exclusivas para hombres y compartiendo buñuelos, cantos y algún que otro baile más o menos encendido. Esto no era aquello. Aquí el Mediterráneo y sus culturas habían escanciado siglos de claves propias y abiertas. Todo muy distinto a como se guardaban las costumbres en las tierras de los palmerales y los camellos. Así fue Al-Andalus. Un sorprendente camino cultural e histórico desde el uno de enero al treinta y uno de diciembre. Sin olvidar, como subrayaba con empeño censor Abu Bakr el de Tortosa, el jueves de abril. La posterior luna de Parasceve. La luna del jueves santo que también se celebraba al mismo paso...pero sin carrera oficial.
1 comentario:
Queremos agradecer tu inestimable participación y desearte que el 2009 renueve de esperanza tu vida colmándola de amor, salud, paz y prosperidad.
Besos multicolores de nuestra parte
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